Batalla cultural


La destrucción de la familia como táctica de vieja data
Imaginemos al globalista maquinando su dominio absoluto sobre los individuos, esos a los que considera sus esclavos. ¿Cuál es su mayor obstáculo? La familia, ese lastre que une a la gente y la protege. Sin embargo, desde antaño, figuras como Adam Weishaupt, Charles Darwin, H.G. Wells y compañía han conspirado para desmantelarla. Según ellos, si destruimos la familia, dejamos a la población vulnerable y manipulable a voluntad. Algunos iluminados de la noche, como aquellos y otros tantos hombres de mucha ciencia errada y escasa moralidad, han señalado que si motivamos a las mujeres a buscar beneficios materiales, renunciarán a la maternidad. Por su parte, Wells dejó claro que el Nuevo Orden Mundial requería la aniquilación de la unidad familiar. Y Julian Huxley sugirió que despreciando la vida humana, podríamos moldear la sociedad a nuestro antojo.
Pero, ¿cómo llevaron a cabo esta agenda? A través de revoluciones culturales y tecnológicas como las de los años 20 y 30, promoviendo la promiscuidad, el divorcio y el abandono de los roles tradicionales. Esta estrategia ha debilitado los lazos familiares y aumentado la dependencia del Estado. La contracutlura sesentosa que empezó con los chicos tomados por el Instituto Tavistock (Los Beatles) para esparcir las drogas en Occidente, siguiendo con el movimiento hippie de autoría expansiva, son sólo los ejemplos más grandes sino hasta la primavera progresista del péndulo actual.
La mujer fue una pieza clave en este rompecabezas. Financiado tanto por soviéticos como por banqueros angloamericanos, el movimiento feminista promovió la competencia laboral y la alienación materna. Ahora, con ambos padres trabajando, el Estado duplica su recaudación a expensas de la familia. Pero no solo las mujeres fueron manipuladas. Los hombres también fueron desvirtuados, neutralizando su virilidad a través del deporte, la pornografía y la industria farmacéutica. La masculinidad se convirtió en un espectáculo superficial, mientras que la industria del entretenimiento promovía una adolescencia perpetua, impidiendo la formación de familias estables.
Es sabido que los medios de comunicación (el que paga la luz, pone la editorial - dicho popular ruso) jugaron un papel crucial en esta agenda. La industria del cine, la música pop y los videojuegos fueron diseñados para adoctrinar y distraer a las masas, erosionando su capacidad de pensamiento crítico y su voluntad de resistir. Mientras que al intelectual se lo sesgó en su mundo académico-manipulable por el mismo calamar. Así, bajo el disfraz del entretenimiento y la pseudociencia, se gestó un plan maestro de ingeniería social, con la familia como principal obstáculo a derribar. Mientras las élites celebran su victoria, la sociedad queda atrapada en un ciclo interminable de manipulación y alienación.
La era tecnotrónica, como la describió Zbigniew Brzezinski en 1972, señala un cambio significativo en el control social, donde la élite busca dominar no solo el exterior del individuo y su entorno social, sino también su interior y su fisiología. Este control se ha intensificado a lo largo del siglo XXI, avanzando hacia una "ingeniería psíquica" que busca manipular los aspectos psicológicos y fisiológicos del ser humano. La propaganda global ya no se limita a la ingeniería social tradicional, sino que ahora apunta a controlar incluso los pensamientos y emociones de las personas. Este proceso implica la destrucción sistemática de cualquier sustrato cultural genuino y la eliminación de bases comunitarias, todo en aras de una sociedad uniformada y controlada por una minoría tecnocrática que hoy, corrido el velo, se está camuflando de nuevo en posiciones tanto de izquierdas, como de derechas, puesto que el monstruo siempre tuvo dos patas.
El individualismo posesivo y abstracto promovido por el sistema ha llevado a la destrucción de la familia, que solía ser el pilar de la sociedad. La incorporación masiva de las mujeres al ámbito laboral ha generado conflictos entre el trabajo y la vida familiar, lo que ha contribuido a la disolución de los lazos familiares. Esta situación se ve exacerbada por una sociedad que fomenta el egoísmo y el culto al dinero. Ya lo dijo Aron Russo, uno de los mejores cineastas y despiertos de la industria, que la familia Rockefeller se mofó de su propia creación: el feminismo de, al menos, la segunda ola.
El marxismo y la ideología de género han desempeñado un papel importante en este proceso de destrucción familiar, al promover la idea de que la familia es una institución opresiva basada en la jerarquía de género. La "desconstrucción" de la familia y la redefinición de roles tradicionales son objetivos clave de esta desgraciada creencia. Numerosas feministas de la vieja y nueva ola (pero de la misma calaña) han sido siervas - algunas conscientes y otras meros títeres de turno- de esta absurda, pero eficiente, táctica globalista (y a la vez un objetivo tricentenario) Sophie Lewis, una de las escritoras del momento de este submundo del que cada vez queda menos, en su libro "Abolir la familia", ignora la importancia crucial de esta institución natural como unidad de apoyo emocional y social, y desestima las conexiones emocionales-espirituales profundas que forman la identidad de las personas, socavando las estructuras sociales tradicionales y fortaleciendo el control de aquellos que buscan someter a la población. Aquí, el ataque a la heterosexualidad y la promoción de la homosexualidad son herramientas utilizadas para debilitar aún más la estructura familiar tradicional. Corporaciones y élites poderosas, como la Fundación Rockefeller, financian activamente campañas que socavan la heterosexualidad y promueven la agenda de género, todo como parte de un plan más amplio para controlar y manipular a la población. El movimiento LGBT no es más que un burdo club de promiscuos que nada tiene que ver con el sentir de la sexualidad disidente.
En medio de este panorama sombrío, la familia, según los principios bíblicos, naturales y sociales de esta parte del mundo, se erige como un refugio de esperanza. Estas fuentes de lo sensato establecen claramente el papel de la familia como la unidad básica de la sociedad, fundada en el pacto entre un hombre y una mujer y, a la vez, entre estos y la comunidad. Son el pilar de toda nación y la primera organización social. Sin embargo, este concepto se ve amenazado por las tendencias sociales y políticas contemporáneas que buscan subvertir los valores tradicionales y debilitar la institución es pos de la formación de un mundo distópico donde el individuo no tenga donde y en quien apoyarse.
Daniel Esquivel
Director